La biblioteca recomienda en septiembre… “La desaparición de Stephanie Mailer” de Joël Dicker
Dos grandes cuestiones se ciernen desde hace años sobre la meteórica carrera de Joël Dicker (Ginebra, 1985).
Dos grandes cuestiones que a veces son un acicate y otras una pesada losa que necesita de fuertes convicciones y grandes argumentos para ser levantada. A saber: ¿A qué debe este joven su éxito global tras un puñado de novelas? ¿Es un renovador del género negro o un escritor que merodea por el policial en busca de un corsé al que ceñirse? “Siempre ha sido así: cuando algo tiene éxito tiene que ser malo. Todo el mundo tiene algo que decir sobre el éxito pero lo importante es el poder de la literatura, cómo enriquece la vida de la gente. La verdad sobre el caso Harry Quebert no era considerada una novela negra antes de salir, pero la gente la leyó así. No soy un experto en el género, lo que me importa es que alguien coja mis libros y diga ‘oh, he estado en otro sitio’”, cuenta a EL PAÍS convencido y tranquilo.
Por si quedaba alguna duda, Dicker publica ahora en España La desaparición de Stephanie Mailer (Alfaguara, traducción de María Teresa Gallego y Amaya García) una oda al policial clásico en el que se parte de la desaparición de una periodista que investigaba el asesinato del alcalde y toda su familia en una idílica localidad de los Hamptons para escarbar en las miserias de la condición humana a través de un complejo entramado de secretos, mentiras y envidias que va y viene en el tiempo con fluidez. “El no crimen es un hecho muy atractivo en sí mismo. Lo interesante no es la sangre, o el acto violento sino lo que está detrás, la intención, por qué alguien que no es un criminal puede matar a otro”, explica en un inglés pulido en EE UU, donde pasa el verano desde hace más de dos décadas.
Dicker maneja un método curioso. Mezcla complejas estructuras con saltos en el tiempo y muchos personajes en un proceso en el que, asegura, descubre lo que está pasando al tiempo que lo escribe: “Decido cómo se resuelve el misterio en la parte final. Si lo supiera antes perdería interés. Escribo como se lee. No sería capaz de escribir una parte toda seguida, luego otra y mezclarlas”.
Al autor de El libro de los Baltimore le obsesiona su oficio. Quizás por eso en sus novelas siempre hay escritores y libros escritos dentro del libro. “En seis años he escrito mis tres últimas novelas. Ha sido muy intenso. Y en este proceso he pensado en cómo se hace uno escritor. Y creo que no hay una respuesta, que no se puede enseñar, que no hay un título, ni magia, ni milagros, pero sí una técnica. Y quien diga que no miente. ¿Qué es un autor? ¿Publicar te hace ser un autor? Yo no lo creo, pero la gente te dirá que sí”, reflexiona. ¿Y el éxito? “Cuando estoy escribiendo me paso 12 horas al día trabajando, vivo con los personajes, no pienso ni en el éxito ni en los lectores. Luego empieza un proceso duro, violento, me quedo seco y me prometo que no voy a volver a hacerlo, pero a los 15 días ya estoy con la siguiente historia”.
Los secretos, esenciales en la narrativa de Dicker, son algo que, asegura, constituye nuestra parte auténtica, un lado oscuro pero que nos da, también, un propósito, que nos diferencia de los animales. La primera persona define su estilo en esa búsqueda de lo que está detrás. “Es una voz que transmite una percepción de la realidad, no la realidad misma. Es algo tramposo porque no cuenta las cosas como pasaron sino como las vio el personaje. Pasa lo mismo con la memoria. Son reconstrucciones”, cuenta.
Fuente: www.elpais.com/cultura
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